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Estamos superoptimistas con el nearshoring y con razón. Estamos tan optimistas que quizá no ponemos atención suficiente a los nubarrones que se están acumulando en ese pedazo de cielo tan peculiar que es el T-MEC. Hay conflictos nuevos por la importación de acero chino presuntamente disimulado por México y por algunas decisiones en aviación y política aeroportuaria.

Hay conflictos no resueltos por el maíz transgénico; también por la interpretación de las reglas de origen automotriz y la política energética. Es la sobreprotección a Pemex y CFE y el pasito tun tun que llevamos en la transición a energías limpias. El T-MEC es como una serie de Netflix donde en cada capítulo hay conflictos. A veces estamos tranquilos. Para esos momentos, están las quejas relacionadas con los asuntos laborales.

¿Por qué espantarnos? Con tanto dinero y tantos empleos en juego, es normal que haya discrepancias y que la agenda comercial atraiga la atención de los actores políticos. Estamos hablando de un comercio binacional que vale más de 100 millones de dólares por hora. Un acuerdo que para la región América del Norte significa 17 millones de empleos, de los cuales más de una tercera parte corresponde a México. Es una relación comercial que en 1994 contenía exportaciones de México a Estados Unidos por 43,116 millones de dólares y ahora están cerca de los 500,000 millones.

Es un vínculo que ahora parece indestructible, porque somos el principal socio comercial de Estados Unidos, pero que ha tenido sus episodios de vulnerabilidad. El ascenso de Donald Trump, en 2016, estuvo a punto de acabar con el acuerdo comercial. A Trump no le gustaba el TLCAN. Lo llamaba el peor acuerdo comercial firmado por Estados Unidos en su historia. Se propuso liquidarlo y al final lo sustituyó por el USMCA: un acuerdo de libre comercio salpicado de proteccionismo. Un compromiso trinacional que tomó otra dimensión, en la medida en que creció la bronca entre el Tío Sam y el Dragón chino.

Estados Unidos necesita a México y Canadá para competir con China. Es un asunto económico, pero también geopolítico. México es un actor clave en el plan estadounidense para desacoplarse de China. Es un aliado que ha demostrado ser confiable en la integración económica que está en marcha desde 1994. Aporta mano de obra calificada a buen costo y cercanía territorial. Hemos estado a la altura de las exigencias de industrias como la automotriz, electrónica y aeroespacial. Nos hemos convertido en el principal proveedor de alimentos y aspiramos a ser un jugador relevante en el nueva geografía de insumos estratégicos como son los semiconductores, algo que vale decenas de miles de millones de dólares y puede hacer la diferencia en la competencia por la inteligencia artificial y la industria 4.0.

¿Estamos dispuestos a armonizar nuestras reglas con Estados Unidos? Las necesidades de nuestro vecino del norte en 2024 son una versión corregida y aumentada de lo que eran en 1994, cuando entró en vigor el TLCAN, o de las que tenía en 2017-18 cuando se negoció el T-MEC. Estados Unidos requiere de México que sea un socio, pero también un aliado en su guerra económica con China. Un compañero verdaderamente cercano. En ese sentido, hay que entender por qué no es lo mismo el nearshoring que el friendshoring. Con eso en mente, hay que poner en perspectiva las exigencias de Estados Unidos en la controversia con el acero y sus preocupaciones por la expansión explosiva de las compras de México a China en autos y autopartes. La presión por lograr que México ponga en marcha una agencia que revise las inversiones extranjeras que llegan a nuestro país con criterios de seguridad nacional, ¿es necesario aclarar que la Seguridad Nacional que más le importa a Estados Unidos es la de ellos?

Vienen meses complicados, por las elecciones en México y Estados Unidos. ¿Cómo será Trump 2.0? En julio de 2026 vendrá la revisión del T-MEC, acordado en algo que se llama la Sunset clause. En español se podría traducir como el Apartado del atardecer. A pesar de las palabras, no tiene nada de romántico. Los socios acordaron hacer una revisión de cómo ha funcionado y, en caso de que la evaluación sea negativa, podrían optar por cancelar el tratado.

Eso ocurrirá en 2026, pero Katherine Tai ya empezó a hablar del tema y lanzó una advertencia esta semana: “no estén tan confiados en que el acuerdo comercial norteamericano se mantendrá como está”, dijo. Hay muchas formas de interpretar las palabras de la representante comercial del gobierno de Estados Unidos. En cualquier caso, hay que estar alertas. El presidente Biden, en su discurso sobre el Estado de la Nación, se ha comprometido “a arreglar la frontera”, ese espacio donde conviven el comercio lícito y el ilícito, junto con los problemas migratorios y de seguridad. Para añadir capas de complejidad al asunto, unos congresistas en Washington presentaron un proyecto de ley para facilitar la adhesión de países latinoamericanos al T-MEC. El proyecto de ley contempla canalizar 60,000 millones de dólares a países de América Latina, para fomentar el empleo y la inversión, además de reducir la influencia china en la región.

O sea que no estamos solos, ¿tendremos que competir con los vecinos latinoamericanos por los proyectos del nearshoring? ¿Será como una Concacaf o una Copa América?

lmgonzalez@eleconomista.com.mx

Publicado originalmente por: https://www.eleconomista.com.mx/opinion/T-MEC-ya-vieron-los-nubarrones-20240308-0025.html

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