Pocas industrias han sido tan golpeadas en los últimos años y, al mismo tiempo, son tan ejemplares en cuanto a su capacidad de adaptación como la industria automotriz. A lo largo de múltiples crisis, esta industria ha demostrado una enorme capacidad para tomar decisiones oportunas e innovar y transformarse constantemente. Hoy, ante la amenaza de nuevas barreras arancelarias en su principal mercado de exportación, Estados Unidos, la industria automotriz mexicana se enfrenta a un nuevo reto que la obliga, otra vez, a replantear sus estrategias.
A la pandemia le siguió el desabasto global de semiconductores, que provocó pérdidas de más de 700 mil unidades en la producción automotriz nacional durante 2021. Lejos de colapsar, las armadoras ajustaron sus estrategias: priorizaron modelos, reconfiguraron líneas de producción y modificaron su logística. Gracias a esa capacidad de maniobra, México logró mantener su posición como el cuarto exportador de autos a escala mundial.
Tampoco hay que olvidar la entrada en vigor del T-MEC en 2018, que aumentó los requisitos de contenido regional de poco más de 60 a 75%. Este cambio obligó a transformar cadenas de suministro, desarrollar a proveedores locales y regionales, e invertir en la integración productiva de América del Norte. El resultado ha sido un fortalecimiento de la proveeduría nacional y regional, que, según estimaciones de la propia industria, se ha incrementado entre 10 y 15% desde 2018.
Además, en los últimos años se ha acelerado de forma significativa el proceso de electrificación del transporte. En México, en 2017 se comercializó alrededor de 8,300 vehículos híbridos o eléctricos; para 2024, la cifra ascendió a 124,300 unidades. Lo que hasta hace poco era una apuesta incipiente, hoy forma parte de la oferta habitual del mercado: es común que un mismo modelo esté disponible en versiones de combustión interna, híbrida o completamente eléctrica.
- Otro cambio relevante ha sido el crecimiento de la participación de marcas chinas. Antes de la pandemia, su presencia era marginal; actualmente, más de 10% de las marcas que operan en México son de origen chino. Esta expansión ha intensificado la competencia, no sólo en términos de precios, también en cuanto a diseño, equipamiento y tecnología. Las marcas chinas han ganado terreno con una estrategia centrada en modelos eléctricos o híbridos accesibles, así como esquemas agresivos de financiamiento y posventa.
Hoy, la industria automotriz mexicana enfrenta un nuevo punto de inflexión. La posible imposición de mayores barreras arancelarias por parte de Estados Unidos —destino de más de 75% de los vehículos exportados desde México— representa un riesgo significativo para la estructura actual del sector. Las respuestas ya están en marcha: se han anunciado reconfiguraciones de plantas, cambios en las líneas de modelos y nuevos esquemas de producción orientados a maximizar el contenido regional.
Éste no es un desafío menor, pero tampoco inédito. Frente a la disrupción de cadenas de suministro, las exigencias del T-MEC o la transformación tecnológica del sector, la industria automotriz no ha permanecido estática. Ha tenido que reaccionar con rapidez, ajustar procesos y redirigir inversiones para mantener su relevancia. La coyuntura actual plantea un nuevo escenario de presión externa. Sin embargo, también abre una oportunidad para consolidar la integración productiva de América del Norte, fortalecer aún más la proveeduría nacional y redefinir la presencia global de México como plataforma exportadora.
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