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El verdadero problema al que se enfrenta la fabricación europea no es la amenaza del cierre de fábricas. Es que, en comparación con Estados Unidos y China, Europa se ha quedado muy atrás en la carrera por acumular y beneficiarse del “capital en la nube” que representa el futuro de las ganancias en industrias como los autos eléctricos y la energía verde.

ATENAS – La industria europea se tambalea ante la doble amenaza que plantean los altos precios de la energía y la Ley para la Reducción de la Inflación (IRA) sancionada bajo la presidencia de Joe Biden, que, en esencia, es un soborno a las industrias verdes de Europa para que migren a los Estados Unidos. ¿Se deprimirán los grandes centros industriales de Europa? ¿Experimentará Alemania el trauma que sufrió el Reino Unido cuando las fábricas cerraron y su muy capacitada fuerza laboral industrial se vio obligada a aceptar empleos de baja cualificación y baja productividad mal remunerados?

La amenaza reverbera en los pasillos del poder en Europa. El canciller alemán Olaf Scholz se apresuró a proponer un nuevo fondo de la Unión Europea para ofrecer ayuda estatal a las empresas europeas tentadas a emigrar por los subsidios estadounidenses. Pero en vista de la lentitud con que se mueve Europa (sobre todo cuando el financiamiento de un proyecto implica emitir deuda conjunta), podemos dudar de que en poco tiempo vaya a haber subsidios de una magnitud suficiente para contrarrestar a los estadounidenses.

Un buen ejemplo de lo que está en juego es la industria automotriz alemana. El regreso de la inflación asestó un doble golpe a los fabricantes: el encarecimiento de los combustibles alejó a los clientes y aumentó los costos de producción. Puesto que una fracción importante de la actividad industrial alemana depende de la fabricación de autos, los comentaristas han comenzado a expresarse preocupados por la desindustrialización del país. Pero, aunque sus temores se justifican, el análisis que hacen omite el punto crucial.

Las automotrices alemanas, que pasaron en poco tiempo a producir vehículos eléctricos con cantidades crecientes de energía renovable, ya han demostrado capacidad para hacer frente a los desafíos de la transición verde y del encarecimiento de los combustibles fósiles. Con un poco de ayuda estatal, sea del gobierno alemán o de la UE, es probable que puedan seguir produciendo en Alemania tantos autos como hasta ahora.

Pero aunque el temor a la desindustrialización sea exagerado, hay algo de razón en la preocupación de Alemania (y por extensión, de Europa) respecto de un retroceso continental frente a Estados Unidos y China. La adopción del auto eléctrico, acelerada por la inflación de precios de la energía, resta poder y profundidad al capital europeo. En particular, en comparación con sus homólogos estadounidenses y chinos, los capitalistas europeos están muy rezagados en la carrera por acumular y aprovechar lo que yo denomino capital basado en la nube.

El poder del capital alemán gira en torno de la ingeniería mecánica y eléctrica de precisión. Las automotrices alemanas, en particular, se enriquecieron con la fabricación de motores de combustión interna de alta calidad y de los componentes (cajas de engranajes, ejes, diferenciales, etc.) necesarios para transmitir la potencia del motor a las ruedas del auto. Pero la ingeniería mecánica de los vehículos eléctricos es mucho más sencilla. La mayor parte del valor agregado de estos vehículos procede de la inteligencia artificial y del software inteligente que los conecta a la nube: esa misma nube en la que los capitalistas alemanes no invirtieron durante las últimas décadas.

De modo que aunque la ayuda estatal de la UE consiga convencer a Volkswagen, Mercedes‑Benz y BMW de producir autos eléctricos en Europa en vez de migrar a Estados Unidos para aprovechar los subsidios de la IRA, la fabricación de autos en Alemania y en Europa ya nunca será tan rentable como era. Una parte cada vez mayor de las ganancias derivadas de los autos eléctricos no procederá de la venta del producto físico sino de la venta de aplicaciones a sus propietarios (en la actualidad y en el futuro), así como Apple hace fortunas vendiendo en Apple Store aplicaciones para iPhone creadas por “terceros desarrolladores”. Si a esto se le añade el valor de los datos que se generan a partir de los desplazamientos del auto y se cargan a la nube, es fácil ver por qué el capital basado en la nube ya empieza a ser más importante que el capital terrestre del que Europa está tan bien provista.

En el sector de la energía sucede algo similar. Cuando la pandemia cedió y subieron los precios de la energía, la industria gaspetrolera ganó una fortuna; esto le dio un nuevo aliento, así como el encarecimiento de los cereales en Gran Bretaña durante las guerras napoleónicas (al interrumpirse las importaciones) dio nuevo aliento a los terratenientes feudales británicos. Pero los nuevos alientos son efímeros. En la década de 1820, la renta de los capitalistas se impuso a la brevemente renacida renta feudal de la tierra; hoy, el aumento pospandémico de la inflación ya extiende el avance del capital basado en la nube sobre el sector de la energía.

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